Hacia un nuevo modelo de Familia

Juan Manuel Burgos
Si nos indicaran que sintetizáramos en una palabra nuestra visión actual de la familia quizá la que nos vendría rápidamente a la cabeza sería la de crisis, y podríamos acudir rápidamente a una serie de datos estadísticos para confirmar nuestra asociación: crecimiento del número de divorcios, disminución de la nupcialidad, caída de la natalidad, reducción del tamaño de la familia, etc.
A estos datos estadísticos se podrían añadir, además, otros culturales: actual valoración negativa de la familia por parte de los medios de comunicación, problemas para compaginar trabajo y vida familiar, malos tratos, disociación entre sexualidad y matrimonio, etc. En resumidas cuentas, podríamos reunir con muy poco esfuerzo un conjunto de elementos suficientemente contundente y descorazonador como para justificar sin muchas dificultades la afirmación de que la palabra que sintetiza la situación es la de crisis.
 Pero, en nuestra opinión, este análisis, sin ser falso, no es lo suficientemente preciso. La familia es ciertamente una realidad en crisis, es decir, es una estructura social y cultural que se está deteriorando pero, además, la familia es una realidad que está cambiando. Estamos asistiendo al nacimiento de un nuevo modelo de familia y es muy importante ser consciente de ello tanto para no considerar que cualquier cambio en la actual situación familiar es un mal que se añade a los ya existentes como para poder influir positivamente en todo este complejo proceso al que estamos asistiendo.
 Quizá alguien pueda sentirse sorprendido ante la afirmación de que la familia está cambiando o de que vamos hacia un nuevo tipo de familia puesto que puede considerar que la familia es una realidad fija, estable e inmutable. Sin embargo, esto no es así. La familia cambia, está sujeta al influjo de la cultura y de la sociedad y, por ello, modifica sus estructuras adaptándose a estos cambios. Esto es precisamente lo que está ocurriendo ahora; estamos asistiendo al nacimiento de un nuevo tipo de familia que debemos comprender y estudiar.
 La historia, como siempre, es buena consejera. Y un método adecuado para comprender lo que hoy ocurre es describir un proceso similar que comenzó en Europa hace aproximadamente un siglo: el paso de la familia tradicional a la denominada familia moderna o nuclear.
 Este proceso ya ha sido ampliamente analizado por los sociólogos pero puede resultar útil reproducirlo aquí para comprender cómo puede cambiar el modelo de familia sin que la “familia” en cuanto tal resulte afectada en lo que se pueden considerar sus elementos más esenciales, o, dicho de otro modo, cómo es posible que el conjunto de relaciones -sobre todo personales, pero también sociales que constituyen la familia se concrete y configure de manera diferente según las épocas pero siendo siempre esa realidad tan profunda y esencial que denominamos “familia”.
 Además, conocer este proceso nos puede dar muchas luces para entender lo que está ocurriendo ahora, es decir, para darnos cuenta de que estamos inmersos en una situación similar, todavía no concluida, que nos lleva hacia una nueva configuración de las estructuras familiares, es decir, hacia un nuevo tipo o modelo de familia.
 La transformación de la familia nuclear
 Estos nuevos tipos de vida familiar todavía no pueden ser descritos de modo preciso porque se encuentran en fuerte evolución. De modo similar a la sociedad, la familia evoluciona rápidamente sin que hoy sea posible, por la gran rapidez con la que tienen lugar los cambios, establecer parámetros claros y precisos para  caracterizarla. Quizá precisamente por eso, se podría hablar de familia post-moderna, pues el término posmoderno indica, en efecto, un periodo de transición que se da cuenta principalmente de lo que le diferencia del pasado (la familia o la sociedad moderna) pero no tiene todavía una conciencia definida de la propia personalidad.
 Esta situación fluctuante no impide, sin embargo, que se puedan identificar algunas de las líneas de fuerza a lo largo de las cuáles evoluciona la familia y que, en nuestra opinión, son esencialmente dos. La primera es la existencia de una crisis social y de un sentimiento de crisis; la segunda, la presencia de un profundo proceso de transformaciones culturales. Expondremos ahora brevemente estos factores.
 La transformación como crisis social
 La existencia de una crisis social, es decir, de un debilitamiento y ruptura de las principales estructuras familiares en nuestra sociedad es fundamentalmente un dato de hecho que se puede obtener directamente de las estadísticas.
 La debilitación y fragmentación del núcleo familiar con el consiguiente aumento de las formas familiares atípicas y de las formas pseudo familiares. Hoy, en efecto, la antigua y sólida familia nuclear parece que se reduce poco a poco (padre y madre con uno o dos hijos, o ninguno) y después se fragmenta en una multitud de pequeños pedazos, como si fueran los resultados de una potente explosión: familias monoparentales, familias unipersonales, las familias complejas y variadas de los divorciados, las familias de hecho, las convivencias, hasta llegar a las formas manifiestamente patógenas como las uniones de homosexuales que algunos se esfuerzan en presentar como algo normal.
 Este proceso de degradación no está ocurriendo ciertamente de modo indoloro ni para la sociedad ni para la misma familia. El precio que estamos pagando es elevado: un gran aumento –constatable a través de las estadísticas y de los medios de comunicación- de las diversas patologías psico-sociales. En las relaciones de pareja aumentan notablemente las separaciones y los divorcios.
 La transformación como cambio social y cultural
 La familia nuclear, sin embargo, no está sufriendo únicamente una crisis; está inmersa en un profundo proceso de transformación debido a los cambios sociales y culturales que modifican a un ritmo cada vez más vertiginoso nuestra sociedad. Nos parece que es importante darse cuenta de la existencia de este proceso y, dando un paso más, identificar las líneas principales a través de las cuales se está llevando a cabo. De ese modo, en efecto, se pueden dar señales y pistas a las familias de hoy:
 -La inserción de la mujer en el mundo del trabajo es uno de los factores esenciales que ha modificado la estructura familiar. Se trata, ciertamente, de un hecho positivo ya que permite a la mujer desarrollar todas sus cualidades liberándola de la obligación de elegir por fuerza o de modo exclusivo la vida familiar. Al mismo tiempo, sin embargo, plantea cuestiones y dificultades completamente nuevas y de solución muy difícil ya que la mujer, sobre todo en los primeros años del matrimonio, cuando los hijos son pequeños, es determinante para la estabilidad y fortaleza de la familia pero todavía se está muy lejos de encontrar sistemas adecuados que permitan compatibilizar correctamente las obligaciones profesionales y las familiares;
 -El logro de la igualdad entre el hombre y la mujer es asimismo una novedad muy importante y positiva que ha supuesto una revolución en la estructura familiar pero que, por eso mismo, no está exenta de problemas. Por una parte favorece una relación de igualdad entre la pareja que, además de ser la relación antropológicamente adecuada, contribuye a aumentar el clima de confianza y respeto mutuo. Pero como no es posible –ni deseable- una igualdad total, plantea el problema de la caracterización y especificación de la diversidad. Este problema se advierte fácilmente en la cuestión de la distribución de los roles familiares en el interior del hábitat doméstico. Antes era reductivo pero claro de modo que cada uno de los cónyuges sabía con anticipación qué debía hacer y qué se esperaba de él. Ahora, sin embargo, hay que negociarlo
 -Los problemas demográficos que atenazan a las sociedades desarrolladas y que influyen en la familia –o a veces son causador por ella de manera múltiple. El espectacular alargamiento de la vida media de las personas unido a la también llamativa disminución de los nacimientos, por ejemplo, hace que la vida de la pareja sin hijos se alargue mucho con respecto a otras épocas, lo que crea situaciones nuevas que hay que aprender a gestionar
 -La mentalidad divorcista, ya ampliamente asentada y asumida por la sociedad, supone a pesar de todo un cambio radical en la concepción del matrimonio que ya no se ve socialmente como una elección para toda la vida, sino como un auténtico contrato, una prestación recíproca de servicios que se puede rescindir en cualquier momento.
 -La secularización, un fenómeno muy difundido en nuestra sociedad, no es un factor estrictamente familiar pero tiene su importancia porque la falta de un punto de referencia religioso claro generalmente debilita la tensión moral que resulta necesaria para cumplir los compromisos que requiere una familia estable o mantener una actitud positiva y coherente en relación con la vida humana.
 -La ingeniería reproductiva es un nuevo mundo que posee toda la fascinación, los peligros y las promesas de lo desconocido. Crea posibilidades ignoradas hasta ahora que pueden favorecer una procreación digna del hombre y la superación de antiguas dificultades pero plantea también muchos problemas morales cuya causa fundamental es la separación que la técnica ha hecho posible entre sexualidad y procreación.
 -La sexualidad juega un papel mucho más importante que en el pasado lo cual está ligado a una comprensión antropológica diferente de esta dimensión humana. Antes se consideraba fundamentalmente como una potencialidad esencialmente orientada a la reproducción. Hoy, en cambio, sin negar ese aspecto evidente, se tiende a considerarla también como un valor en sí mismo, independientemente de sus efectos reproductivos.
 -Por último, los medios de comunicación plantean problemas muy especiales. Son actualmente piezas fundamentales en la formación de la mentalidad y del comportamiento y están creando además nuevas e insospechadas formas de comunicación entre los hombres
 –Internet es la creación más reciente y espectacularmente los cuales la familia debe hacer valer su voz. Sin embargo, resulta bastante patente que en los medios de comunicación predominan hoy en día modelos sociales contrapuestos a los valores familiares.
 Este desafío, además, resulta particularmente complicado puesto que estos factores no se presentan uno por uno sino conectados entre sí con la complejidad típica de las sociedades posmodernas lo que dificulta la misma elaboración de los modelos de referencia cultural ya que las variables en juego son tantas que parece, en la práctica, que debería ser cada familia la que diera su respuesta individual al conjunto de problemas y de cuestiones con las que se enfrenta. Pero todo esto también tiene su parte positiva ya que, efectivamente, se puede ver como una atractiva llamada a la iniciativa, a la creatividad y a la responsabilidad personal para hacer que esta dilatación de la libertad realizada por los recientes cambios sociales adquiera en el propio ámbito de vida y de trabajo una forma adecuada al desarrollo de los valores familiares.
 * Este texto ha sido publicado en el libro J. Pérez Adán y J.A. Gallego, Pensar la familia, Palabra, Madrid 2001.